La Fe es la certeza de las seguridades que no se ven (He 11, 1); y conforme uno avanza en la vida parece que esta fe se pone a prueba en distintos momentos fuertes.
Hoy noté que un amigo sale al trabajo cada día muy preocupado, y le pregunté por fin qué le preocupa. Me comentó que hace cuatro meses su esposa está encinta y por una dificultad ella tuvo que dejar el trabajo para guardar reposo absoluto. No es que no esté feliz porque seré padre, me dijo, sino que con mi solo trabajo no alcanza para alimentar a mi esposa y seguir el tratamiento que salvará a mi hijo de un aborto no deseado. Paso el día pensando qué más hacer y en verdad no he conseguido nada; mi rendimiento en el trabajo se ha reducido porque ando distraído. Mi oración -continúa - se ha reducido a "ayudame Señor a confiar en Tí".
Entonces guardé silencio, no tenía palabras de consuelo en ese momento y lo único que pensé es que nadie está exento de tribulaciones, y que la fe y su consecuente confianza en Dios, es también una virtud que hay que pedir al Señor.
Dios no abandona a sus hijos, que el abandono o la desesperanza no son un camino válido, porque deshumanizan al hombre y lo alejan más de la luz de la fe. Qué difícil es para el hombre tener la confianza de que Dios es un padre bueno que no abandona a sus hijos y que presta ayuda al que lo invoca desde el corazón atribulado con prontitud.
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