Es real que para manejar en Lima en hora punta hay que ser muy pacientes. Pero hoy al venir al trabajo, realmente no nos demoramos tanto, aunque esto no impidió que mi buen taxista explote de amargura.
En cada cola de carros un venenoso silencio, de esos que sabes que están sulfurando por dentro; luego un ciclista se le cruzó y al final otro conductor le tocó el claxon.
Nada espectacular, he tenido peores viajes al trabajo, pero nuestro taxista no estuvo listo para enfrentar los caminos de Lima en hora punta.
Es interesante ver como algunos están más dispuestos a la ira que otros. Y es notorio que en algunos la ira es un recurso cotidiano, que en aras de "la justicia" (porque siempre tiene sus excusas) se deja caer sobre los demás, sin darnos cuenta que siempre es uno mismo quien se perjudica más al consentirla.
A la larga pienso, que algo debe tener la ira que la haga tan cotidiana, quizás ese placer de sentirse resarcido, de quien que siente que ha recuperado su dignidad al destruir al resto. Para algunos puede ser muy suculento, y todas las circunstancias solo pretextos para deleitarse con este amargo manjar que daña el estómago y el corazón.
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